Cronista Oficial del Municipio Pueblo Llano
Cuando la carretera y los vehículos todavía no habían llegado a estos parajes merideños el transporte de las mercancías se hacía en bestias y particularmente en mulas, por ser estos animales los que más se adaptaban a la topografía del lugar debido su mansedumbre, fortaleza y resistencia. Arreos iban y venían por los estrechos caminos del páramo, chapaleando barro, rompiendo la neblina y desafiando el frío. A la primera mula de la fila le solían colocar una campana en el pescuezo para avisar con su ruido la presencia de la caravana, por si venía otro arreo en sentido contrario buscara la mejor forma de orillarse en lugar apropiado para no tropezarse, pues un leve descuido podía causar una tragedia de grandes proporciones, ya que era frecuente que estos animales salieran rodando con todo y carga por los profundos precipicios que se abrían a la orilla del camino.
Los primeros propietarios de arreos de mulas en estos lugares fueron los encomenderos quienes las utilizaron a finales del siglo XVI y buena parte del XVII para trasladar tabaco desde la ciudad de Barinas hasta el puerto de Gibraltar, con destino a Europa.
Después surgieron otros arrieros que durante siglos cubrían la ruta de Pueblo Llano a Barinas y de allí a Timotes, Valera, Mérida, Boconó, Escuque y lugares circunvecinos, transportando harina y otros productos del lugar.
Con la llegada de la carretera a Pueblo Llano en 1952 y posteriormente los vehículos de carga, los arreos de mulas fueron disminuyendo. Sólo pudimos alcanzar a ver a comienzos de los años sesenta arrieros como Alifonso Santiago, Antonio Toño Jerez y Manuel Montilla.
Manuel Montilla fue el último arriero que tuvo Pueblo Llano. Los que tuvimos la dicha de presenciar aquel pintoresco espectáculo podemos aún recordar el desfile de las acémilas por las calles solitarias cargadas con bultos de papas, el crujir de las cinchas y la soga que sostenían la carga, el resuello de los animales cansados, el ruido de los cascos sobre el pavimento empedrado, el olor del sudor de las bestias que se mezclaba con el de las papas recién cosechadas, los restos de cagajón después del paso de los cuadrúpedos que se recogía para abonar las huertas y el jopear incesante de Manuel, mandador en mano, para guiarlas hasta el destino final. ..
Manuel trabajó con arreos para los sitios arriba mencionados hasta que llegó la carretera a Pueblo Llano, después lo siguió haciendo con menor frecuencia en época de cosecha de papas donde le tocaba trasportar los bultos desde campos como Chinó, Mupate y Llano Grande donde todavía no llegaban vehículos, hasta la Plaza Bolívar, sitio donde los subían a los camiones para finalmente llevarlos a los mercados nacionales.
“Aquellos eran años muy críticos—decía Manuel-- costaba mucho ganarse la vida. Ahora todo es más fácil, de sólo fácil que es ya no parece divertido trabajar; la mucha facilidad como que no es buena”.
Con casi cien años a cuestas, en los últimos días de su vida Manuel recordaba aquellos años que cubrieron gran parte de su existencia. Observaba con nostalgia a su pueblo y comentaba: “Ahora ya ni se puede cruzar una calle por la cantidad de carros y motos que hay; tampoco se puede sostener una conversación tranquilamente por el ruido de las motos...¡ha diagero! Mucho ‘progreso’ tampoco es bueno”.
Articulo recopilado del Blogs HUELLAS VENEZOLANAS
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