domingo, 21 de enero de 2018

Leyenda de Quirpa “Jose Antonio Oquendo”.


   A mediados del siglo XIX, cuando cesaron un poco las revoluciones del país, como la Guerra Federal, la Revolución de Azul o la Guerra del 92, aprovechaban los comerciantes de la época para trasladarse por los difíciles caminos que venían ó Iván, desde los llanos orientales ó centrales a vender sus mercancías y a comercializar el ganado, siendo el único medio de transporte los burros, bueyes y mulas que conformaban los arreos, y por supuesto el caballo, animal importante y primordial del llanero parra arrear las madrinas de ganado que serían vendidas a las tropas del gobierno y exponiéndose al peligro de los asaltadores de caminos, los cuales asesinaban para robar el ganado y así satisfacer el hambre de sus tropas de forajidos, diezmados por la guerra. 

Uno de estos tantos comerciantes, fue JOSÉ ANTONIO OQUENDO, al que apodaban “QUIRPA”, llanero de a caballo, buen ganadero de soga en mano y a píe, cantador recio de la sabana, buen coplero, buen contrapunteador, su voz era reconocida en cada uno de los pueblos y rincones mas apartados de la inmensidad del llano. Con certeza no se sabe su lugar de origen, algunos decían que era de Apurito, Palmarito ó Guasdualito, lo cierto es que era hijo de la inmensa tierra llanera. 
Siempre le acompañaba su amigo y compañero de faena y parranda, “EL Guitarrero”,y junto a ellos no faltaba la mula, la cual llevaba sobre su lomo, “la camoruca” ó arpa llanera, instrumento musical, el cual “QUIRPA”, ejecutaba magistralmente, convirtiéndose en el coplero que se auto-acompañaba, con su grito de guerra: “...llego “QUIRPA”, el arpista y buen coplero. Vamos a ver quien responde, acompáñame guitarrero” . y así se prendía la fiesta, donde se divertía la gente en tarantines y pulperías, entre palos de aguardiente y el relancino contrapunteo.
En uno de estos viajes, José Antonio Oquendo, “QUIRPA”, venía hacia Caracas, con una madrina de ganado llegando a San Sebastián, le comento a su “GUITARRERO”: “...mire compa ya vamos llegando a San Sebastián, dejamos allí los peones que cuiden el ganaó y usted y yo nos ajilamos un poquito más arriba, y nos llegamos a Güiripa pueblo fresco y de mujeres bonitas, yo tengo muy “guenas” relaciones con esa gente, y vamos a parrandeá tó la noche, y “jembra” que se me alebreste, me la llevo en los cachos...”
Fue así como ”EL Guitarrero” preparo la mula con el arpa, en un saco metió unas garrafas de ron, su “porsiacaso” con queso, casabe y papelón, limpió y afino su guitarra (cuatro) y emprendieron el viaje hacia Güiripa.
Ya “QUIRPA”, era conocido ampliamente en el pueblo, su fama había llegado hasta Güiripa, y en una sola voz se oían a los lugareños: “...epa cuñaó a pararse que llego Quirpa..” Es así como uno a uno, los moradores se fueron preparando para el gran parrando, llegaron hasta las orillas del río, donde se prendió la gran fogata, y las treinta y dos cuerdas del arpa, ejecutadas por “Quirpa” y acompañado por el guitarrero; arrancaron con una “guacharaca”, la cual puso en calor a hombres y mujeres que al compás del zapateo, comenzaban la gran fiesta.
A medida que las horas pasaban, el parrando tomaba más color, y bajo los efectos del alcohol, “Quirpa” y “El Guitarrero” no dejaban de tocar, lanzando coplas tras coplas en recios contrapunteos, entre “Quirpa” y los cantadores de la zona, los cuales uno a uno caían vencidos por los versos “mata copleros” que con destreza “Quirpa” les refutaba. Bajo el fragor del baile, cuentan, que “Quirpa” puso los ojos en una morena despampanante que también le correspondía, haciéndole “ojitos”.
“Quirpa” inspirado por la belleza de esta mujer, se olvido de sus contrarios, y comenzó a galantear con sus versos a la fémina, destacando todos los atributos que a ella adornaban; pero, como siempre hay un “pero”, la mujer tenía “dueño”, y su “dueño” también era coplero, y así salió retando a “Quirpa” improvisándole versos fuertes u ofensivos, los cuales a “Quirpa” no le hicieron mella y le replicaba en forma tan relancina, ridiculizándolo, viéndose ya perdido y muerto de rabia por los celos y la impotencia por no lograr su objetivo contra “Quirpa"
El marido celoso, dicen, lanzo este verso: “... si has llegado a estos lares, viniendo desde tan lejos, ya se te acabo el carburo, tu eres un pobre pendejo y que se sepa en Caracas también en el mundo entero que aquí en Güiripa señores, no quieren a los llaneros..”, he inmediatamente dando un salto felino, puñal en mano, de un solo tajo corto las 32 cuerdas del arpa que con maestría tocaba “Quirpa”, y es así como se prende el berenjenal, “Quirpa” como buen llanero, se enfrento a puño limpio contra quien ozó dañar su arpa, en medio de la trifulca “Quirpa” recibe certera puñalada, que le quita la vida en el acto. El Guitarrero en defensa de su patrón y compañero de parranda sale en su defensa, pero también es herido, dicen, recibió hasta dieciséis puñaladas, salvando la vida de puro milagro. 
Cuentan, que después de la escaramuza, todo quedó en silencio, y en medio de la semioscuridad, solo se destacaban dos cuerpos tendidos sobre la tierra, el de “QUIRPA” y “EL GUITARRERO”, y la sangre que fluía de las heridas, llegaba hasta el río, tiñendo las aguas de rojo, los cuales serpenteaban corriente abajo, siguiendo su propio cause.
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La historia del legendario Quirpa ha sido motivo de inspiración infinita de cantantes y compositores, y el ritmo además se ha inmortalizado en grabaciones cantadas y en piezas instrumentales, de las cuales les dejamos una muestra para que puedan distinguir el estilo de cada conjunto que interpreta, poniendo el énfasis en cada arpista que acompaña este joropo recio.




El Burro Tuyero.

     Desde la época colonial los burros del Tuy tenían fama de ser  excelentes medios de carga por su fuerza y docilidad. Famosos fueron los criadores de burros de Tácata y Ocumare, los  arrieros  eran responsables de transportar toda la producción agrícola y pecuaria del Tuy a Caracas y de la capital  a éstos valles, las exquisiteces que venían del extranjero, como la harina de trigo, el queso amarillo, las sardinas y las telas, botones e hilos  para elaborar los trajes, liquiliques, camisones y polleras. Todo circulaba a lomo de burros enjalmados.
Caminos Venezolanos Arreo de Burros en 1920 - tomado de Miguel Tinker.com
Caminos Venezolanos Arreo de Burros en 1920 – tomado de Miguel Tinker.com.
     Tener burros significaba tener dinero y prestigio, un arreo de 12 burros era un capital para la época, esa profesión de arriero la acabaron los autos y camiones, lo mismo ocurrió con el ferrocarril de Caracas a Ocumare que había aliviado el trabajo de los reputados burros tuyeros.
      Definimos el burro científicamente  como asno, burro o jumento, si es joven pollino   (Equus africanus asinus)  de la familia de los équidos. Domesticado en África a principios del V milenio antes de Cristo, por cierto Jesús entró en Jerusalén para cumplir su Misión Divina  en el lomo de un burro y es recibido con palmas, con lo cual origina la conmemoración del Domingo de Ramos de la Semana Santa. El Génesis no aclara el medio utilizado por Caín para dar muerte a su hermano. Probablemente se deba a una confusión con el pasaje bíblico donde Sansón acaba con un ejército filisteo armado con una quijada de Burro.
     El burro desde épocas inmemoriales ha sido calumniado utilizándolo como símil o  el  símbolo de la ignorancia. En  una obra de Sueños de una Noche de Verano, el burro es un personaje interesante, otras obras de la literatura universal como EL Burro Flautista de Iriarte. En la obra Pinocho los niños visitaban una isla de juegos y se convertían en asnos. El burro ha sido un personaje simbólico desde Los Veda hasta llegar  a García Márquez, pasando por el famoso personaje Sancho Panza de Don Quijote, quien acompañaba al caballero de la triste figura en  su  jumento que llamaban El Rucio.
     Es famoso el burro Platero, de la obra de Juan Ramón Jiménez “Platero y Yo”. En el Libro de 1945 “Rebelión en la Granja” de George Orwell, el burro Benjamín representa a la clase intelectual, consciente de la manipulación de Napoleón, pero que no se hace parte de la crítica, por lo que manifestaba que los Burros viven muchos años. El asno es el animal que simboliza al Partido Demócrata de los Estados Unidos. El Dr. Fermín Luque recoge en uno de sus libros de tradiciones charallavense  la historia del “Burro Mentol”
BURRO Y CAMPESINA.
BURRO Y CAMPESINA, oleo – Tomado de mirarte.blogspot.com.
     Por: Manuel Monasterio
Uno de los primeros joropos tuyero que se llevó al acetato en discos de 78 r.p.m. se llamó La Burra en la voz del fallecido “cantador” Quintín Duarte. Que decía: Joy  soo joy soo que la burra me tumbó”
ARREO DE BURROS 1910
Arreo de Burros entrando a Caracas, año 1910
.Para terminar me refiero a dos hechos históricos de ayer.  En la Caracas de 1815, por escasez de carne de vacuno generada por la guerra de Independencia, el Capitán General Salvador de Moxó y Cuadrado obligó, por decreto, a comer burro a los caraqueños. A comienzos de la década de los cincuenta, por el exceso de burros desocupados a unos italianos sin escrúpulos, beneficiaban (mataban) burros clandestinamente y los vendían como carne de ganado, Este hecho inspiró un joropo tuyero  cantado por el gran “cantador cueño”: Pancho Prin que decía: “Yo tenía mi burro cano y me lo mató un italiano”.  El burro siempre se mantendrá vigente mientras exista quien cometa dislates al hablar o escribir.

Fuente: https://tucuy.wordpress.com/2013/05/25/el-burro-tuyero/

LOS CARRETEROS

Vivencias de Ramón Villegas Izquiel

Foto Referencial

Tú eras mui joven entonces, Vale Joaquín. Diez i siete años apenas i ya andabas ganándote la vida en el durísimo trabajo de carretero. Eras “culatero” en las dos parejas de mula de Julio Villegas, mi papá.
El Vale Víctor Castillo era mayor. Unos treinta años i con experiencia en esas faenas. Por esto era el caporal de esas carretas, transporte forzoso en nuestros llanos entonces, donde los caminos los hacían los caminantes i las llamadas carreteras las propias carretas. El camión apenas se atrevía a meterse cuando ya las sabanas estaban secas i los trillos abiertos.
Yo era un muchachito. Una impedimenta que unas dos veces ustedes cargaron con mucho agrado. Así lo comprendía yo. No porque fuese hijo del amo, sino por el aprecio que le tenían al viejo don Julio, como afectuosamente lo llamaban.
Desde el primer momento me demostraron su aceptación con la comprometedora sencillez que tiene el trato de los humildes de corazón. Para insuflarme ánimo ante la dura experiencia que iba a comenzar, me aplicaron la fórmula eficaz de convertirme en un igual en el viaje, hombre a hombre, sin melindrosas consideraciones de “hijo de papá”.
Me hicieron “Valecito”, porque entre ustedes se llamaban vales, es decir, valedores, compañeros en toda la significación efectiva del término. Mas esa deferencia tenía que merecérmela asumiendo el rol de aprendiz de hombre en el concepto de valiente frente a las rudas exigencias de tales travesías para un carajito raquítico i casero como lo era yo.
El primer día pernoctamos en Buena Vista, no mui lejos de El Tinaco. Allí recibí las lecciones preparatorias para el trayecto. (Narro al detalle, Vale Joaquín, para aclararme la memoria i para que los jóvenes de ahora aprecien algunos rasgos de las vidas de los años de nuestra época. Son experiencias acendradas por largos años en mi alma de llanero, como noble vino en odre bien curtido).
Primero, como yo estudiaba en una escuela católica i vivía en la casa de unas honorables beatas, cuando me santigüé i di gracias a Dios por la cena, el señor Gualdrón, dueño de la posada, me advirtió en tono grave: “I al amo de la casa también, amiguito, que fue quien se la sirvió.”
Luego cómo me hizo sudar el Vale Víctor cuando me indicó: “Valecito, cuelgue por allí i tenga en cuenta que el hombre completo no deja arrastrar su mosquitero, ni cuando lo guinda ni cuando lo recoge.”
Después cuánto gozaban ustedes viendo mis sudores para manejar el mosquitero sin que tocara el piso. Pero lo logré. Cuando llegamos al final del primer viaje ya era un experto en esa practica, a pesar de mi baja estatura que me desfavorecía.
Así cultivaban la reciedumbre estos hombres de brega, aun doblando un mosquitero. Hasta serian tradiciones marciales, pues el Pabellón Nacional también hai que plegarlo i desplegarlo sin que tropiece el suelo.
No obstante, faltaba la advertencia primordial. A la una de la madrugada, cuando ya salíamos de Buena Vista, Víctor Castillo me advirtió: -“Valecito, como usted me lo confió su papá, no lo voi a montar encima de ninguna carreta, porque le puede dar sueño i si se cae lo atropella la de atrás. Tampoco dejarlo caminar apareado a los carros. Es mui peligroso, puede espantarse una bestia de golpe. Así que véngase conmigo adelante i coja con la mano izquierda la rienda derecha de la puntera para que lleve el mismo paso mío”.
En ese momento comprendí claramente que esto era sumamente distinto a todos los viajes que antes había hecho en pleno verano por la misma ruta en la limosina de mi padrino Faustino Padrón. Que tenía por delante cinco días de viaje andando de noche i de madrugada, montándome en los carros solamente a ratos durante los cortos lapsos con sol que permitían las mulas.
-Fueron dos viajes nada más los que llegué a hacer con ustedes, Vale Joaquín. Dos recuerdos que he cultivado con nostálgico cariño entre la rosaleda, todavía fragante, de mis vivencias infantiles.
Foto Referencial

Me acuerdo aún con claridad juvenil de las excepcionales jornadas que ustedes cumplían. Enjaezadas las mulas con los complicados aperos de su clase i uncidas a las carretas, se salía de la posada cuando apenas el lucero del día -“el Becerrero”- asomaba su lamparita titilante por sobre el telón oscuro del horizonte sabanero.
Partíamos con lentitud resignada, barajustando perdices i reptiles, despertando guacharacas i alborotando perros en los vecindarios, con el estirado traqueteo de las bocinas en las puntas de los ejes lubricados apenas con “sebo de Flandes”.
Un tren de carretas cruzando la oscuridad semeja en la distancia una fantasmal procesión de otras edades, con su farolito encendido debajo de la caja entre las dos ruedas i el persistente tabletear como de matracas lúgubres de Viernes Santo.
Empero animada los espíritus el contacto tierno de la mañanita fresca, empapadita de rocío enmastrantado i con el perfume achocolatado de las matas de palotal. Las bestias, avispadas por el frescor i el descanso, marchaban animadamente, guiadas por el farol de la precedente. Los chistes saltaban chispeantes desde el caporal hasta el “culatero”:
-¡Mula peorra carajo! ¿Fue que se te descosió el culo?
-¡Si es pa’mi no le eche auyama, compañero!
-¡No te echaron esta noche en Malpaso a la vieja Melitona entre el chinchorro!
La vieja Melitona, como hasta el nombre sugiere, era una posadera bastante entrada en años, mui trabajadora, pero mui fea también. Parecía una visión de otro mundo, vestida como los arrieros de burros para sus faenas: Un percudido batolón de liencillo crudo, si talle, que llamaban “camisa de mochila”.
Así transcurría la primera media jornada hasta las diez u once de la mañana, cuando había que hacer un alto para evitarles a los animales el peso adicional del mediodía.
Siestas largas i tediosa, entretejida de zumbidos de insectos, del canto monótono de las palomas montañeras i por los deprimentes silbidos del “sauce”. Sueño pesado de los carreteros, sostenido por la fatiga i el copioso almuerzo. Pegajosas emanaciones de los aperos hediondos a sebo con sudor de mulas. I para mí, un largo fastidio de ocio i ansiedad reprimida. . .
Después la otra media jornada desde la tres de la tarde hasta las ocho o nueve de la noche. Esta más pesada por el cansancio ya acumulado i el bochorno de esas horas del día.
Cansina la marcha. Las mulas cabizbajas, como olfateando el camino. Descanso obligado de los trabajadores encima de las cargas. Tardes con sol filtrando sus rayos como los de una rueda inconmensurable atascada entre nubes en el confín de occidente. O cielos encapotados en los cuales restallaban los intimidantes latigazos ígneos del auriga de un carretón fantástico, cuyos tumbos iban apagándose sordamente hacia la lejanía.
Al fin la llegada al nuevo hospedaje i la rutina de soltar los animales en el potrero, hasta la media noche, cuando había que recogerlos de nuevo i aparejarlos para seguir viaje. La cena cordial i abundante, aderezada por el hambre caminera. Luego los cuentos del chinchorro a chinchorro hasta el inmediato sueño fatigoso.
Como yo no estaba acostumbrado a esa vida, me dolía entrañablemente contemplar los esfuerzos inauditos a que eran obligados aquellos nobles brutos. Sobre todo en pasos como La Corcovada, Malpaso, el Ave María, donde las ruedas se hundían en el barro una o dos bestias más a cada carro, para poderlos pasar uno por uno. A fuerza de gritos, maldiciones y garrotazos aquellos sufridores seres arqueábanse en un empeño supremo para arrancar la pesada carreta de los atolladeros.

-Dura, Vale Villegas, era esa vida. No solamente para las mulas, también para nosotros, pero como dicen que los tiempos pasados siempre han sido mejores, yo ahora en mi vejez los recuerdo con tristeza. Sobre todo a don Julio. Como el se formó bregando también en los caminos comprendían perfectamente los trabajos que nosotros pasábamos.
-No recuerdo bien Vale Joaquín, cual es el sitio exacto donde ustedes me contaron el suceso. Creo que fue entre Buena vista i La Chivera. Eran como las cinco de una tarde lánguida cuando Víctor Castillo me llamó la atención: “Mire, Valecito, hacia aquella ceja de monte. Allí fue que se nos espantaron las mulas cuando se murió su viejo. Eso es mui feo, manito. Una mula espantada echa a corre sin importarle que lleva una carreta pegada. A veces, cuando no se pueden detener a tiempo, se les voltea el carro, lo quiebran i se matan o quedan malogradas para siempre. I lo peor es cuando las otras siguen el ejemplo de la primera, porque entonces uno no se alcanza para atajar carretas regadas en todo un claro de sabana.
Yo le había dicho al Vale Joaquín, al salir del Tinaco que don Julio había quedado mui grave en Valencia. I esa tarde cuando se barajustaron las mulas le grité: ¡Se nos murió el viejo, Vale!
Desde entonces damos este rodeo, porque mula que se espanta en un sitio difícilmente pasa otra vez, por ese mismo lugar”.
Era cierto. Tal día i a esa hora, aproximadamente, había muerto el amo. Quizá su alma, ya viajera en la etérea infinitud, quiso acercarse hasta ello entes de dirigirse definitivamente hacia la eternidad desde donde nunca regresan los caminantes.
-Cosas, Vale Ramón, que suceden en el mundo i que uno no debiera andar averiguando tanto.
-Así será, Vale Joaquín i me llevo una perenne gratitud por tu auxilio en estas evocaciones.

Me despedí con saudades juveniles en mi alma i él continuó melancólico en la esquina de su casita, mirando al río en sus discurrir incesante i silencioso como las vidas de los humildes.

NOTA: los errores en el relato son de origen... Solo se transcribió el texto original sin modificar el contenido

Fábula:”El burro y el hielo”

Era invierno, hacia mucho frío y todos los caminos se encontraban helados. El burrito estaba cansado y no tenía animo para regresar al establo.
-¡Ea, aquí me quedo! se dijo, dejándose caer al suelo.
Un pajarito amigo suyo se fue a posar cerca de su oreja y le dijo: -Burro, buen amigo, no estas en el camino si no en un lago helado.
-¡Déjame, tengo sueño! – y con un largo bostezo, se quedó dormido.
Pero poco a poco, por el peso del burro, el hielo se fue rompiendo y el burro se despertó al caer al agua. Empezó a pedir socorro, pero nadie pudo ayudarle, aunque el pajarito bien lo hubiera querido, y se ahogó en el lago.
Moraleja: Nunca te dejes ganar por la pereza.

Fuente: https://goo.gl/jG6Vhw

lunes, 23 de mayo de 2016

Arrieros y cocheros en Puerto Cabello

Imagenes recopiladas por el Sr. José Alfredo Sabatino Pizzolante y publicadas en la pagina Memorabilia Porteña

Camino de la Noria, Foto Avril, c. 1920. Cortesía Sra. Margot Gramcko.

Detalle de una fotografía de Henrique Avril, sector el viejo Mercado, c. 1930.
Archivo: José Alfredo Sabatino Pizzolante.

Calle Comercio, Colección don Tomás Andara, probablemente de Henrique Avril. 1930.
Paseo en coche por puente adentro frente vieja aduana, c. 1915.
Archivo: José Alfredo Sabatino Pizzolante.
"Calle con algunos burros y carretas en una esquina de Puerto Cabello" Fotógrafo holandés G.M. Versteeg Expedición Tapanahoni, Surinam 1904
Estampa del puerto, foto Henrique Avril en postal editada por F. L. Colmenares, c. 1940.
Archivo: José Alfredo Sabatino Pizzolante
Esquina calle Bolívar c/c Sucre, en donde actualmente está el Edificio Pizzolante, Foto Avril, c. 1920.
Archivo: José Alfredo Sabatino Pizzolante.
Carnavales en Puerto Cabello s/f
Aviso comercio "Posada del Cambur", aparecido en el periódico La Prensa Libre, mayo de 1878.
Almacenes de la vieja aduana, en tarjeta postal pionera de Henrique Avril, 1904.
Archivo: José Alfredo Sabatino Pizzolante.
Calle Comercio, en gráfica de Henrique Avril, c. 1915.
Archivo: José Alfredo Sabatino Pizzolante.
Calle Comercio, en gráfica de Henrique Avril, c. 1915.
Archivo: José Alfredo Sabatino Pizzolante.
Encuentro campestre, en gráfica de Henrique Avril, s/f. 
Archivo: José Alfredo Sabatino Pizzolante.
Estampa porteña en foto de Henrique Avril, c. 1920. 
Archivo: José Alfredo Sabatino Pizzolante.
Callejón Uzlar, zona histórica, c. 1895. Cortesía Familia Römer - San Esteban.
"Los Lanceros de Páez" Feria de Puerto Cabello en Septiembre de 1968


miércoles, 27 de abril de 2016

"Paso de Ahoga Mulas" Leyenda del estado Carabobo

Las carretas de mulas era el transporte antiguamente usado en los pueblos venezolanos para el traslado de productos agrícolas. El paso de ahoga mulas en Mariara es un nombre que la comunidad acuñó a un sitio luego de que dos mulas se ahogaron en el lugar. En una ocasión, sucedió que un arriero, que iba de Yagua a Maracay, intentó forzar a su mula para que cruzara una quebrada, pero ésta, temerosa de la quebrada, se resistía. 
El arriero la haló para que entrase a la quebrada, pero la mula cayó en el agua y el peso de la carreta la ahogó. Algo parecido pasó con otra mula que transportaba naranjas desde San Diego, la cual también cayó en la quebrada y se ahogó. Las aguas de esta famosa quebrada nacían al norte del pueblo, una de ellas se llamaba Lorenzo Aguilar y la otra, Cazorla. Sin embargo, por el ahogamiento de las mulas que allí aconteció los pobladores se refieren al sitio de esta manera. En la actualidad, el lugar aún existe, pero ya no hay agua.

Foto referencia